miércoles, 29 de junio de 2011

"Nosotros nos comprometemos con la canción"

Esta entrevista inédita con el trío Los Cayos iba a publicarse originalmente en el diario Página/12, con motivo de una nueva edición del Festipulenta, y donde el grupo de Campana iba a presentarse. Pero la nota nunca salió. Así que, amigos, aquí tienen: conozcan a Los Cayos.

“Así te pongas la careta de Jimi Hendrix o de cualquier otro músico, si lo que hacés no empuja para adelante, no va a ningún lado”. Palabras más, palabras menos, la frase que pronuncia Rubén Álvarez, cantante y guitarrista de Los Cayos, sirve para delinear de qué se trata la música de este trío de Campana que completan su hermano Rubén, en el bajo, y el baterista Esteban Longobardi.

La historia de Los Cayos se empezó a escribir hace más de 15 años, cuando el grupo hacía sus primeras armas en bares y “cavernas” de Campana y todavía era un cuarteto. Sin embargo, no fue hasta principios de la década pasada cuando Boom Boom Kid, ex líder de Fun People, les presentó a Marcelo Belén (por aquel entonces baterista de Los Visitantes), y fue el encargado de producir Inútil, el debut discográfico de Los Cayos. En ese momento, con un disco y con ganas de mostrarse al mundo, organizaron una gira por la costa y pasearon por Necochea sobre una casa rodante destartalada, y todo terminó mal: no tocaron para nadie y su guitarrista huyó despavorido. “No volvió más”, dicen. Eran los primeros pasos de un cuarteto ignoto de Campana. El guitarrista, después de esa gira mágica y misteriosa, prefirió “laburar de otra cosa”. Y entonces, sí, Los Cayos se convirtió en un trío.

Ellos, que son músicos pisando los cuarenta años, escucharon pasar demasiado rock nacional por sus oídos. De ahí que reconocen las influencias de Don Cornelio y La Zona y Sumo (pero también con los oídos puestos en la bosanova y el jazz). Con seis discos de estudio, varios EP de factura totalmente independiente, una infraestructura autogestionada y decenas de canciones que entregan con una lírica de fantasía y de humor ácido (“De una u otra forma, nuestros temas dicen algo. El género canción tiene la particularidad de que quiere decir cosas, y a veces tratamos de hacerlo con humor”, dice su cantante) Los Cayos se transformaron en uno de los secretos mejor guardados del under.

-Durante los últimos dos años, editaron un compilado de reversiones y Afuera, un EP, ¿cuáles son hoy los objetivos principales de la banda?

-Rubén Álvarez: El primero es plasmar en el estudio el sonido que tenemos en vivo. Pero se hace difícil cuando las producciones son muy independientes y todo es costeado por nosotros. Sonar bien, a veces significa tener plata. Además se nos fueron dando muchas cosas de a poco y no paramos. Desde que empezamos, siempre tocamos y el grupo se va renovando. Por ejemplo, nos propusimos invertir mucha más plata en los discos. Nos vemos desprolijos en algún punto; por ejemplo, en cómo nos movemos como banda: a veces tocamos en lugares raros, cavernas, pero eso es parte de las posibilidades que da la música. Y de eso aprendemos. Nos aprovechamos del rock (risas).

José Alvarez: En la música tiene que haber un disfrute, sino tenés que dejar lo que estás haciendo. Es como si estuvieras jugando al fútbol y no tenés ganas de jugar. Para eso pedí el cambio. En las bandas tiene que haber una sorpresa. Por eso nosotros nos comprometemos con la canción y con lo que hacemos.

-A Nadar es uno de sus mejores discos y lo grabaron en 2001, un año bastante complicado.

R.A.: Fue duro, porque en esa época se fue el guitarrista. Lo grabamos antes del gran quilombo. Fue nuestro segundo disco y queríamos hacer las cosas bien, porque con el primero nos habíamos dado la cabeza contra la pared. Queríamos hacer el Álbum Blanco, ¿entendés? Pasó lo de la gira en la costa y todo quedó tambaleando. Creo que ahora hay una pequeña madurez en el grupo. Yo en esa época fui padre, y empecé a escribir inconscientemente sobre lo que pasaba. Hay muchas letras irónicas en Los Cayos. Si te gusta navegar en esas aguas, tenés que navegar.

J.A.: A veces cansa estar siempre con la misma canción. Pasan unos años y siempre vuelvo a escuchar algunas de nuestras canciones, y la verdad que no me arrepiento de eso.

-Después del compilado que se publicó hace menos de un año, ¿Afuera no es el comienzo de otra etapa en el grupo?

R.A.: Afuera llega porque ya nos habíamos cansado de escuchar canciones viejas. Habíamos hecho el recopilatorio y queríamos volver a hacer nuevos temas. Nos metimos en un estudio. Y los discos son como nuevas etapas. Afuera nos dio la posibilidad de tomar fuerza para armar una nueva etapa y darle para adelante. Hay una frescura nueva y eso es muy importante. Lo que pasa que a veces en el disco no está representado lo que uno puede dar en el vivo.

J. A.: Las canciones de Afuera surgieron también porque veníamos componiendo mucho, sin parar. Teníamos un par de canciones y ya las publicábamos. Nos dijimos: grabemos en un estudio como la gente. Este disco tiene que ver con una nueva etapa de Los Cayos, donde queremos sonar como lo hacemos en vivo, buscar un sonido más humano, que conmueva una canción así como esta grabada. Por ejemplo, escuchás a Gardel en una AM y con mal sonido y te parte la cabeza.

-En el periodismo de rock se acostumbra a hablar de escenas. ¿Los Cayos en cuál estarían ubicados?

R.A.: Allá en el norte hay muchos grupos, pero no hay promoción. Hay muchas bandas y pocos lugares. Pero sí recitales todos los fines de semana en lo que es Campana y Escobar. Esa escena no la conoce nadie y ni la va a conocer nadie. Ojalá podamos generar alguna movida importante, como lo es la de La Plata, por ejemplo. El público que nos va a ver está creciendo mucho, y queremos que eso nos pase en Capital, donde es mucho más difícil llegar. Nosotros no queremos plata, queremos tocar. Si quieren, que bajen nuestra música por Internet o por donde sea. Nosotros tenemos un espíritu joven, ensayamos como si todavía fuéramos pibes de 20 años.

J.A.: Ahora estamos teniendo más aceptación. Acá en Capital se hace bravo, hay mucho negocio. Los dueños de los boliches te cansan. A nosotros nos cansó el trato. Te hacen rendir un número de entrada u horarios estipulados. Pero hay excepciones, como el Festipulenta. La historia de la banda es así, a los ponchazos, pero vemos que seguimos con las mismas pilas para ensayar. Pero si queremos navegar por esas aguas, tenemos que navegar.

R.A.: Estamos como un matrimonio bien asentado (risas). Yo siento que no tenemos presiones. Todavía hay frescura: por ejemplo escribo una letra en una servilleta y enseguida nos ponemos a tocar con eso. Pero reconozco que somos desprolijos, y hay cosas que no nos gustan, como el nombre del grupo. ¿Los Cayos? ¡No, por favor! (risas).

Los Cayos en Facebook

Crédito fotográfico: Archivo Los Cayos


sábado, 18 de junio de 2011

La cultura puede ser un buen negocio

Nota publicada el 7 de junio en la sección Cultura & Espectáculos del diario Página 12

En Escritos sobre el teatro, el libro que reúne más de cincuenta textos del semiólogo y crítico literario Roland Barthes, se puede leer la siguiente afirmación: “El teatro popular es posible hoy mismo si la nación realmente lo desea”. En sintonía con dicha sentencia, en el programa oficial del Mercado de Industrias Culturales de la Argentina (MICA), se podía leer: “Desde el Estado nacional, consideramos esencial intervenir a favor de la apertura a nuevos protagonistas y de la federalización de la producción y la distribución de bienes culturales”. Lo afirmaba Rodolfo Hamawi, director de Industrias Culturales. Y si bien es cierto que no toda la población visitó la jornada de cierre de la primera edición del MICA, también lo es que muchas de las 35 mil personas que asistieron pudieron interactuar, redescubrir, comparar y debatir, a grandes rasgos, la producción cultural independiente y alternativa de cada una de las regiones de la Argentina. Las palabras “nación”, “mercado”, “comercio”, “independencia” y “gobierno” estuvieron unidas en un indisoluble y único debate que llevaron adelante editores, músicos, cineastas, diseñadores de videojuegos y actores durante todas las jornadas: el de cómo inmiscuirse y sobrevivir en el gran mercado de la cultura, con sus ventajas y desventajas, pero manteniendo el orgullo que supone la autogestión.

Desde los diferentes debates que se sucedieron en la jornada de cierre se trató de poner en tensión dos términos antagónicos en la producción: mercado y alternatividad. En primera instancia, y arropados por los miedos de los productores independientes, el mercado significaba el espacio comercial que no convenía visitar. Durante el debate “Revistas culturales: una red para la comunicación alternativa”, del que participaron editores y periodistas como Ingrid Beck (Barcelona), Alejandro Sierra (THC) y Claudia Acuña (La Vaca), todos ellos nucleados en la Asociación de Revistas Culturales Independientes de la Argentina, coincidieron en afirmar que una de las cosas que aprendieron “fue a no tenerles miedo a las palabras industria y mercado”. Acuña, metafóricamente, subrayó: “Somos un refugio en la intemperie, las revistas culturales independientes tenemos otro modo de relación con el lector”. Sierra, por su parte, declaró que ellos quisieron entrar en el sistema “para mostrar otra realidad”.

En coincidencia, en el Homenaje a Melopea Discos –charla organizada para discutir la importancia del sello discográfico que lleva adelante Litto Nebbia–, se abordó una temática similar. Nebbia, el único orador del encuentro, disertó sobre el nacimiento del sello, su importancia en el devenir histórico y cómo este emprendimiento cultural funciona artísticamente. Melopea, que está por cumplir 22 años de existencia, posee un catálogo con más de 600 títulos de tango, música uruguaya, jazz argentino, folklore y, claro, la obra de su fundador. Ante la pregunta sobre por qué el sello no produce rock, el coautor de “La balsa” repuso que el sello no tiene la dinámica para desarrollar a un artista de rock “que necesita otra inmediatez y mucha difusión”. Y continuó: “Por otro lado, está lleno de discográficas dedicadas a producir rock de los diversos estilos. Justamente, la tarea de Melopea es cubrir un área más documentalista, con gran ánimo por el rescate de material y el coleccionismo”, resaltó.

Ya sobre el final de la tarde, en el escenario principal que daba a la Tribuna Plaza del Hipódromo de Palermo, el mismo Litto Nebbia junto a músicos históricos como Ricardo Soulé, Miguel Cantilo, Silvina Garré, Emilio del Guercio, y en un Homenaje al Rock Nacional de la primera década, dieron vida –a pesar de los desperfectos técnicos–, a “Viento, dile a la lluvia”, de Los Gatos; “Hoy todo el hielo en la ciudad”, de Almendra, y “Presente (el momento en que estás)”, de Vox Dei. Miguel Cantilo, solo con su guitarra, tocó “Adonde quiera que voy”. Como cierre, todos, recrearon una versión eléctrica de “La balsa”. Una sorpresa: la versión de “Hablando a tu corazón”, de Charly García, interpretada por Gonzalo Aloras, guitarrista de La Luz, el grupo que lidera Nebbia. El cierre de la temática musical estuvo a cargo de Susana Rinaldi y la Selección Nacional de Tango.

En conclusión, durante las cuatro jornadas del Mercado de Industrias Culturales Argentinas se organizaron alrededor de 4500 reuniones de negocios entre productores culturales, y hubo más de 230 invitados internacionales y asistieron casi 35 mil personas. Uno de los objetivos que se había propuesto el Mercado era cerrar acuerdos comerciales entre productores argentinos y del extranjero. Los más destacados fueron los convenios entre la editorial Luz, de Canadá, y Ediciones de la Flor, para la edición de la obra completa de Rodolfo Walsh en ese país, y, en materia audiovisual, el cineasta Peter Greenaway se reunirá con directivos del Incaa para filmar textos de Jorge Luis Borges.

Crédito fotográfico: Jorge Larrosa

"Fue impactante tocar para tanta gente"

Nota publicada el 21 de mayo en la sección Cultura & Espectáculos del diario Página 12

Es una noche de viernes y el bar La Perla del barrio de Once está repleto. El público se amontona en la entrada: Litto Nebbia acaba de bajar las escaleras que lo llevan directamente al salón central y de ahí al pequeño escenario. Es la penúltima de sus presentaciones en el ciclo de rock argentino, coordinado por Rodolfo García, que se lleva a cabo desde noviembre del año pasado y por los que han pasado músicos como Miguel Cantilo, Alejandro Medina y Javier Martínez, entre otros.

Afuera hace frío, pero adentro las paredes transpiran. Unos cuadros enmarcan algunos recortes de diarios y de revistas que documentan al visitante: aparece la figura de Tanguito, una placa que conmemora la creación de “La balsa”, himno generacional si los hay, y, en una de las paredes laterales, se puede ver la fotografía de un Litto Ne-bbia jovencísimo. Hoy se lo ve, claro, con menos pelo, más años y muchas más canciones.

Sin dudas, éste es el contexto ideal para charlar sobre los discos que se publican mañana junto a Página/12 y que constan de la grabación de aquel recital histórico por los festejos de los doscientos años de la Revolución de Mayo, en la Avenida 9 de Julio, y que tuvo a Nebbia como principal motor a la hora de reunir a los artistas que participaron.

–¿Se vive la misma emoción tocando solo en el bar La Perla, que ante millones de personas, como sucedió en los festejos por el Bicentenario? ¿Se sigue siendo un “náufrago” ante tamaña multitud?

(Risas.) –En esa época era muy importante esa palabra. Significaba quedarse despierto toda la noche y tenía que ver con la bohemia, la música. Eramos sobrevivientes de un naufragio. Cuando empezaba el día, veíamos a la gente con la cara fresca, recién levantada, y no-sotros parecíamos tipos que habían abandonado un barco. Pasaron más de cuarenta años y hoy me veo haciendo lo mismo: música. Claro, con los cambios cronológicos de la vida y con lo que uno va haciendo. Yo no me ubico en un rol protagónico en esto, siempre hice música: desde los ocho años que no paro. Y hacer música con mi viejo a los ocho años, hacerlo a los dieciséis en La Cueva, hacerlo a los veinte con Los Gatos y hacer música en el escenario en los festejos del Bicentenario, todo lo viví con la misma emoción.

–Pareciera que estamos ante una reivindicación de la primera década del rock nacional: la caja con nueve discos editados por Melopea, su discográfica, con la participación de una decena de músicos argentinos; la reapertura del bar La Perla; los festejos por el Bicentenario y, ahora, la edición de Página/12 de dos discos que documentan aquella presentación.

–Para nosotros fue impactante tocar para tanta gente, además de oírnos muy bien y luego corroborar que por televisión se oía increíblemente. En nuestro país ha sido un “clásico” que una banda se escuche muy mal en vivo por la televisión. Aparte de nuestra satisfacción personal, creo que haber realzado el rock argentino en la apertura de este festejo histórico coloca al género en un reconocimiento de raíz popular, que se suma a nuestros dos géneros de raíz argentina, el tango y el folklore. En cuanto a lo de La Perla es muy bueno. Todo esto es una sorpresa bárbara. Nunca me imaginé que alguien fuera a hacer esto, es una cosa bastante piola. Nosotros veníamos acá porque era el único lugar que estaba abierto a las cinco de la mañana. Terminábamos de tocar en La Cueva y nos veníamos todos para acá. Entrábamos porque si te veían en la calle te metían en cana por cualquier cosa: por tener pelo largo o por estar caminando en la calle tan tarde. En esa época no había nada abierto a esa hora ni tampoco teníamos plata para tomar un taxi: entonces entrábamos porque en La Perla pasábamos desapercibidos. Que se abra un lugar nuevo para tocar en vivo me pone muy feliz. Que haya buen sonido, luces, y que toquen músicos solistas y grupos muy buenos, me pone contento. Y más sabiendo cómo está la situación en la Ciudad de Buenos Aires, donde no hay lugares para tocar, para nadie: ni para grupos chicos, medianos o grandes.

–¿Cómo fue el armado de todo lo que se pudo ver y escuchar en la 9 de Julio, el año pasado?

–Yo había hecho unos discos dedicados a la primera década del rock nacional, una caja de nueve discos con casi trescientas grabaciones nuevas. Y presentar todo ese material en vivo era muy difícil, porque teníamos que juntar a todos los músicos y se hacía imposible. Entonces, empecé a pensar que algo había que hacer. La idea era hacer algo que durara dos horas, y llamar a los que pudieran, a los que estuvieran libres en ese momento para tocar en vivo, aunque sea, dos canciones cada uno. Cuando terminamos eso, nunca me imaginé que iba a ser la apertura de los festejos por el Bicentenario. Imaginate la satisfacción para nosotros, que venimos de un inicio donde lo que hacíamos era perseguido, prohibido, subestimado y toda la cantidad de cosas desgraciadas que sabemos que sucedieron. Estamos muy orgullosos de saber que el folklore, el tango y rock argentino son la representatividad total de nuestra cultura en la música popular.

–¿Creía que esos festejos iban a ser tan masivos y que sería tan emotivo el recibimiento de la gente?

–No, nunca me lo imaginé. Creo que nadie pensó que esos festejos fueran a tener la resonancia que tuvieron. Sí, siempre se espera una cantidad de gente importante, pero fue algo muy grande lo que ocurrió durante esos días. La verdad es que fue un espectáculo maravilloso y emocionante, con millones de personas. Ahí yo me di cuenta de que eso había que publicarlo. Entonces, hablando con algunos de mis compañeros, me comentaron la idea de hacerlo a través de Página/12 y me pareció una idea buenísima que tuviera un precio accesible y que lo pudieran comprar todos. Además, suena divino, muy bien, y están Fito Páez, Rodolfo García y muchos más. A 40 años de su creación, el rock argentino tiene identidad, personalidad, y es un brazo más de nuestra cultura porque representa varios matices de nuestra idiosincrasia.

–El recital que se publica con el diario es una continuación de aquellos nueve discos en homenaje al rock nacional. ¿Cómo hizo para coordinar con los músicos para que participaran de la grabación y que algunos estuvieran en el recital?

–Lo que hice fue llamar yo a todos los músicos. Lo hice así porque si llamaba primero al manager o al secretario, no iba a hacer nada. Entonces llamé directamente a los músicos. Todos me decían lo mismo, que iban a venir, que les encantaba la idea. Además, nunca pensamos este proyecto como un negoción; se trataba de hacer algo que quedara bien hecho, que hubiera fotografías y que se revalorizaran todas esas canciones. Se dio porque todo el mundo aceptó. A veces uno no acepta algunos lugares a los que lo invitan porque huele un business exagerado o una utilización de la persona que pueden llegar a hacer. Yo no me niego a las invitaciones que me hacen. Acepto las invitaciones de alguien que me llama porque me aprecia, no de esos que te llaman por llamarte. Hay invitaciones que son para sumar taquilla, pero la invitación a hacer los nueve discos o al recital por el Bicentenario no fue así, fue algo natural.

–Estuvo realizando una serie de recitales en plan solista, con teclados y guitarra acústica. ¿Podría contar cómo logra articular sus conciertos íntimos con aquellos en los que lo acompaña un grupo?

–A mí me gusta cuando toco con músicos y cuando lo hago solo. Cuando toco de forma grupal, es más eléctrico, como con la banda mía (La Luz). Intercalo bajo, guitarra, batería. Pero, cuando actúo solo, en lugares más pequeños, casi siempre es por el interior, porque es caro trasladar a la banda. Hay lugares en los que me gusta tocar, porque vivo espiritualmente de eso. Entonces voy a un lugar donde me encuentro que hay gente que no pudo verme nunca porque no le alcanza para venir a Buenos Aires. Y está bárbaro llegar a muchas provincias del interior. Cuando estoy de gira, toco solo y termino haciéndolo casi todos los días de la semana, y se convierte en algo bueno para la música y para el trabajo. Y así es mi manera de llegar a todos lados. Yo tengo esta manera de tocar; para que suenen las canciones me autoabastezco, no es que hago un recital solo con la guitarra como si fuera un acústico. Tengo un par de sonidos sampleados y uso dos teclados. Esto me permite que todas las noches toque quince canciones distintas o canciones que hace veinte años que no interpreto. Yo mismo me sorprendo con eso.

Crédito fotográfico: Joaquín Salguero

Las olas y el viento, sin zucundún

Nota publicada el 21 de mayo en la sección Cultura & Espectáculos del diario Página 12

Quizás una de las ideas de los organizadores en esta primera jornada del Quilmes Rock (el lanzamiento había sido en abril, con The Flaming Lips y Massacre) haya sido poner en relieve y primer plano una propuesta diferente por la que hasta ahora –y desde que se viene realizando el festival de la cerveza– pocas veces se había apostado: la de adaptar unas canciones para teatros o estadios de capacidad reducida a la inmensidad de un campo abierto. En tono capusottiano, el objetivo era trasladar la música de unos pocos a lo popular. De ahí, entonces, fue que los diseñadores de este festival prefirieron arriesgar con ciertos clichés y hacerlos una marca registrada: “El rock se encuentra con el mejor público del mundo”. Y todo les salió redondo: 22 mil personas (contra las 15 mil de la fecha lanzamiento) vieron a Los Tipitos, Sr. Flavio, Diego Frenkel (entre otros números nacionales), a la inglesa Laura Marling y al norteamericano Jack Johnson en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, lugar acostumbrado en lo que va del año a los recitales al aire libre.

Muchos de los asistentes fueron a ver qué era eso que le habían contado del “pibe que hace canciones copadas”; ésta, en realidad, fue una definición que sobrevoló en el sector vip repleto de actores, actrices, modelos y un sin fin de “personalidades”. Cabía preguntarse, claro, si ése sería “el mejor público del mundo”. Sin embargo, cada instancia del festival se vivió como una celebración, pero siempre como prolegómeno al capítulo final. A sabiendas de que la fiesta (en tiempos de espectáculos cada vez más convocantes) era propiedad de los fanáticos, el festejo se hizo cuerpo en aquellos centenares de chicas que se apretujaron contra el vallado que separaba el campo vip del campo general, donde la entrada costaba casi $250. El resto del público, expectante, prefirió el silencio, los laterales del predio y la tribuna sobre el costado del escenario.

Ya sobre el tablado principal, en casi una hora de canciones, Los Tipitos descargaron un repertorio al que ya tienen acostumbrados cada vez que son invitados a este tipo de eventos. Fue sorprendente, entonces, la brevedad del set de Laura Marling (el día anterior se había presentado en el Samsung Studio), que redondeó cuarenta minutos de show. Su juventud (apenas tiene 21) se hizo carne con el paisaje que pintaron sus canciones de ánimo bucólico y pastoril. Y ella, además, con su mirada perdida en un punto indivisible a la hora de cantar, le hizo frente a la multitud con una fragilidad de niña. A medida que su disco Alas, I Cannot Swim recorría el mundo, las comparaciones con Regina Spektor fueron tan obvias como certeras. Aunque, es cierto, a Marling la acompaña una banda sólida de banjo, contrabajo, mandolina y chelo en perfecta comunión.

Si lo de Marling había traído cierta remembranza campestre, lo de Jack Johnson estaba destinado a atravesar por el mismo camino, pero con la arena y los mares como fondo predominante y figuras retóricas. Sus melodías descontracturadas (Johnson no es un gran guitarrista, pero la banda se apoya en sus rasgueos de guitarra) son las que llevaron adelante su concierto. Así se sucedieron “You and your Heart”, “Upside Down”, “Good People”, y agregó otros instrumentos (acordeón, ukelele) a la variedad del recital. Además, en un guiño casi improvisado, citó algunos pasajes de “Badfish”, de Sublime, y “I Wanna Be your Boyfriend”, de los Ramones. Aquellos que arribaron a GEBA sin mucha idea no se encontraron con un músico al que esperaban en mangas de camisa hawaiana y pantalón de baño: Johnson salió a escena como hubiera salido un cantante de rock de alguna banda stone, con un jean raído y un buzo con capucha. El resto lo hizo el repertorio. El suyo atravesó diferentes estados y casi nunca perdió la gracia. La gran sorpresa fue su tecladista, Zach Gill.

Esta edición del Quilmes Rock tuvo aciertos y errores. Quedará en el debe la operatividad en el escenario alternativo: un tablado mínimo ubicado demasiado alto, con un sonido imperfecto y shows de no más de veinticinco minutos, apurados por la imperiosa puntualidad en los tiempos de festivales. Más allá de eso, la sorpresa y la emoción tras el gran concierto de Johnson no se podían esconder en las caras de la muchedumbre que se perdía por las calles de Palermo.

Crédito fotográfico: Lucía Baragli